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GEWAMA, EL POETA QUE CANTA ÍNTIMAMENTE AL AMOR INFINITO
GEWAMA, EL POETA QUE CANTA
ÍNTIMAMENTE AL AMOR INFINITO
PRÓLOGO
El caraqueño venezolano Gelsomino Walter Mattia Da Silva, cuyo pseudónimo artístico es GEWAMA, nos invita a un romántico festín de metáforas, denominado “Canto Íntimo al Amor Infinito”. Es para mí un gran honor escribir el prólogo de este libro de poemas, que encierra expresión, visión y vivencias del autor sobre uno de los tópicos más abordados por los escritores a nivel mundial: el amor. Dicho tema es expresado en algunas ocasiones como la esencia de la existencia y la esperanza de vivir: “Esta profunda sed de tenerte,/sorteando imprevistos, a veces injustos,/ otras necesarios, me acercan a ti,/ con la furia del ciclón que en su torbellino/ arrasa con todo a su paso…/ sentir tu mirada sin que estés presente”. Mientras en otras, se enfoca el desamor, la tristeza y la muerte: “Hay un luto en mi alma/ el amor que soñé tener en mi vida/ me dejó así, solo…/ con mi esperanza y mi poesía,/ y no sé si duele más perderla,/ que nunca haber podido/ hacerla mía…”. En cualquiera de los casos, la calidad y valor de la obra se aprecia por la belleza de las figuras literarias.
Aunque no soy capaz de asegurarlo, Gewama a veces pareciera expresar en sus versos lo que le ha ocurrido en la vida: “Señora diga usted que hice mal/ que la apartó de mi vida/ y huyó usted en estampida/ dejando en soledad,/ mi Poesía…». Éstos quizás estén secretamente cimentados sobre alguna historia o uno de esos sueños que se fungen en el uso de la plena razón, con pedacitos de distintas impresiones que se vuelven entraña.
El amor toma un sentido muy amplio y profundo: desde la misma encarnación de Eros, representado por la sensualidad del deseo carnal, hasta el amor místico y sereno de las almas, como observamos en los siguientes fragmentos que –según mi lente particular– no se oponen sino que se complementan: “Y así, contigo en mis brazos/ no quedará ni un pedazo/ de tu piel sin recorrer,/ y es porque te amo mujer/ tú que enciendes mis alarmas/ y mi sed de amarte calmas/ con este amor en tropel!!!”/// “El amor no es posesión,/ es sólo la procesión, de dos almas/ que se pasean de la mano/ por rumbo incierto,/ en busca del edén perdido/ para al fin, morder/ la manzana del amor original,/ que sólo se convierte en pecado/ en la mente de quien nunca,/ habrá de probarla…”
Por momentos, habita en la poesía de este escritor una mezcla de dolor, de miedos, de desesperanzas retrospectivas, que lo empuja a pulsar una nota de agonía: “Duele saber que existes/ y ya no estás en mi vida/ pues así lo decidiste/ entiendo que te ofendiste/ y eso me pone muy triste/ porque no fue la intención/ me duele de corazón/ porque sé que me quisiste”. No obstante, su discurso poético sobrevive a la desesperanza y a las conmovedoras nostalgias que siempre rondan, tocado –indudablemente– por ese soplo prodigioso de quien se entrega con pasión al oficio poético: “Juicioso es no dejar,/ que la duda nos consuma…/ juicioso es permitir/ que el amor entre ambos fluya,/ juicioso a partir de la verdad…/ juicioso es sentirte,/ y saberte siempre presente…”
Apegado a las filigranas del paisaje, el autor desliza sus nostalgias y ausencias, expresando oníricamente su fe esperanzadora, en la existencia del amor distante: “Soleado día de verano,/ hacia el horizonte,/ caminamos de la mano/ dichoso de tenerte/ orgulloso de amarte me siento/ la alegría no cabe dentro de mi pecho/ te tengo, te siento, te amo…/ En esta bella tarde de caliente sol/ engalanada por tu majestuosa presencia”. El panorama natural, fuertemente arraigado en su poesía, cómplice cotidiano de su palabra apacible y reveladora, es parte vital de su tiempo creativo. Sus senderos paradisíacos están trazados por un lenguaje ligado al ecosistema romántico que atesora con vehemencia, sus frases emergen como de un surtidor invisible en un juego de luces y sombras, nieblas y claridades, allí donde se fragua la seducción de la poesía que se convierte en credo. Inmerso en su horizonte, atisbando una dimensión carente de vacíos se siente capaz de esperar serenamente… al ser amado.
Cierta filosofía existencialista se ve reflejada en algunos poemas que pretenden ahondar en perennes misterios, tales como tratar de explicar la naturaleza sagrada/ eterna del amor: “Donde los confines del universo/ colindan con otras galaxias,/ allí, justo allí encontrarás mi alma/ pululando en busca de una estrella brillante/ que ilumine por siempre/ el amor que por ti profeso/ en mi anhelo de trasladar/ nuestro amor hacia el infinito…”. El cielo, el mar, la tierra, la espléndida naturaleza, el maravilloso cosmos modifica al humano convirtiéndolo en poeta, que es el heredero de cada uno de los portentos y enigmas. Por estos motivos, una plenitud lo espera, una belleza lo envuelve.
Efectivamente, cada sensación se transforma y se convierte en belleza. El Universo es como una sempiterna galería de arte, de pequeñas y grandes obras maestras que sustentan el frágil y a veces miserable espectro de la realidad. Y cada uno puede deleitarse con ellas, vivir y revivir aquellas experiencias sentimentales que marcan la vida, como la remembranza de las primeras ilusiones y desencantos; el ensalzamiento de grandes amores y el goce furtivo de aquellas pasiones que se guardan secretamente en el corazón. Todo ello, sin dejar de ser poesía y sin amenazar el sentido estético que caracteriza el arte: “Ya el cielo se encuentra azulado,/ la brisa el mastranto moviendo/ y yo amanecí queriendo/ amanecer a tu lado…/ Te siento, te pienso, te extraño,/ y es que me hace tanto daño,/ vivir de ti así, alejado,/ tanto amor que hay represado/ en mi pecho estoy sintiendo,/ y es que amanecí queriendo,/ amanecer a tu lado…”
Corresponde al bardo a través de su máxima expresión lírica, ser como el agua que sustenta la tierra. Porque detrás de la palabra, el soplo de lo poético, es la sombra invisible que proyecta la arquitectura, los panoramas interiores del hombre, la verdadera esencia del ser, que se cobija y dialoga por dentro. Y es tanta la conjunción con la Creación, que en ocasiones la palabra de naturaleza mágica se convierte en conjuro con atributo de hechizo: “Prueba a decir mi nombre/ desde adentro y con la fuerza que tú quieras…/ prueba a decir mi nombre en un momento/ y verás florecer rauda la primavera…/ prueba tan sólo un instante a sentirme en ti/ y con un beso, verás de momento/ la luz de nuestras almas alumbrando/ por entero el firmamento…/ prueba a escucharte cuando me llamas y oirás la música de tu corazón/ sonar dentro de tu pecho…/ prueba sólo una vez, a pensar que ya no existo/ y sentirás desvanecer en tus adentros,/ pues de este amor otoñal…/ soy obligado requisito…”
Una de los rasgos más visibles de esta compilación es su espontaneidad, que nunca se pierde aun cuando existe rima y abundan los versos octosílabos en casi todo el compendio. Se aprecia un lenguaje sencillo, con una expresión directa, limpia, sin palabras rebuscadas, sin cálculos, sin artificios complejos, dirigido a lectores de todos los caminos de la vida, tanto los eruditos como los iniciales. Y es esta naturalidad lo que hace que el mensaje llegue plenamente a todos, sin sacrificar nada. “La poesía -dice Heidegger- es la instauración del ser con la palabra”.
En fin, el contenido de este texto lírico, es una verdadera delicia, por constituir una herramienta más que nos hace valorar y pensar sobre el poder del amor, que es la motivación fundamental de cada línea, al igual que conforma el eje de la existencia, porque sólo el amor puede mover al mundo en sentido positivo, alejándolo de la destrucción que ocasionan ciertas pasiones.
He aquí la maravilla de un gran poeta, de quien se esperan otras nuevas luces, anunciando la victoriosa supervivencia de la poesía en esta temática o en otras que contribuyan a enriquecer la literatura iberoamericana.
Milagros Hernández Chiliberti
Presidente Ejecutivo Colegiado de UHE
Presidente General de SVAI